27 agosto 2008

LA TARA TÓXICA / Por Antonin Artaud



Evoco el mordisco de inexistencia y de imperceptibles cohabitaciones. Venid, psiquiatras, os llamo a la cabecera de este hombre abotagado pero que todavía respira.

Reuníos con vuestros equipos de abominables mercaderías en torno de ese cuerpo extendido cuan largo es y acostado sobre vuestros sarcasmos. No tiene salvación, os digo que está INTOXICADO, y harto de vuestros derrumbamientos de barreras, de vuestros fantasmas vacíos, de vuestros gorjeos de desollados.

Está harto. Pisotead, pues, ese cuerpo vacío, ese cuerpo transparente que ha
desafiado lo prohibido. Está MUERTO. Ha atravesado aquel infierno que le prometíais más allá de la licuefacción ósea, y de una extraña liberación espiritual que significaba para vosotros el mayor de todos los peligros. ¡Y he aquí que una maraña de nervios lo domina!

Ah medicina, aquí tenéis al hombre que ha TOCADO el peligro. Has triunfado, psiquiatra, has TRIUNFADO, pero él te sobrepasa. El hormigueo del sueño irrita sus miembros embotados. Un conjunto de voluntades adversas lo afloja, elevándose en él como bruscas murallas. El ciclo se derrumba estrepitosamente. ¿Qué siente? Ha dejado atrás el sentimiento de sí mismo. Se te escapa por miles y miles de aberturas. Crees haberlo atrapado y es libre. No te pertenece.

No te pertenece. DENOMINACIÓN. ¿Hacia dónde apunta tu pobre sensibilidad? ¿A devolverlo a las manos de su madre, a convertirlo en el canal, en el desaguadero de la más ínfima confraternidad mental posible, del común denominador consciente más pequeño?

Puedes estar tranquilo: ÉL ES CONSCIENTE.

Pero es el Consciente Máximo.

Pero es el pedestal de un soplo que agobia tu cráneo de torpe demente pues él ha ganado por lo menos el hecho de haber derribado la Demencia. Y ahora, legiblemente, conscientemente, claramente, universalmente, ella sopla sobre tu castillo de mezquino delirio, te señala, temblorcillo atemorizado que retrocede delante de la Vida-Plena.

Pues flotar merced a miembros grandilocuentes, merced a gruesas manos de nadador, tener un corazón cuya claridad es la medida del miedo, percibir la eternidad de un zumbido de insecto sobre el entarimado, entrever las mil y una comezones de la soledad nocturna, el perdón de hallarse abandonado, golpear contra murallas sin fin una cabeza que se entreabre y se rompe en llanto, extender sobre una mesa temblorosa un sexo inutilizable y completamente falseado, surgir al fin, surgir con la más temible de las cabezas frente a las mil abruptas rupturas de una existencia sin arraigo; vaciar por un lado la existencia y por el otro retomar el vacío de una libertad cristalina.

En el fondo, pues, de ese verbalismo tóxico, está el espasmo flotante de un cuerpo libre, de un cuerpo que retorna a sus orígenes, pues está clara la muralla de muerte cortada al ras y volcada. Porque así procede la muerte, mediante el hilo de una angustia que el cuerpo no puede dejar de atravesar. La muralla bullente de la angustia exige primero un atroz encogimiento, un abandono primero de los órganos tal como puede soñarlo la desolación de un niño. A esa reunión de padres sube en un sueño la memoria, rostros de abuelos olvidados. Toda una reunión de razas humanas a las que pertenecen estos y los otros.

Primera aclaración de una rabia tóxica.

He aquí el extraño resplandor de los tóxicos que aplasta el espacio siniestramente familiar.

En la palpitación de la noche solitaria, aquí está ese rumor de hormigas que producen los descubrimientos, las revelaciones, las apariciones, aquí están esos grandes cuerpos varados que recobran viento y vuelo, aquí está el inmenso zarandeo de la Supervivencia. A esa convocatoria de cadáveres, el estupefaciente llega con su rostro sarnoso. Disposiciones inmemoriales comienzan. La muerte tiene al principio el rostro de lo que no pudo ser. Una desolación soberana da la clave a esa multitud de sueños que sólo piden despertar. ¿Qué decís vosotros?

¡Y todavía pretendéis negar la importancia de esos Reinos, por los cuales apenas comienzo a marchar!

Antonin Artaud




Versión de Aldo Pellegrini

Publicado en La Révolution Surréaliste , N° 11, 1928

07 agosto 2008

NUEVO LIBRO DE MIGUEL GRINBERG

(en quioscos y librerías de Buenos Aires)


A partir de la certidumbre de que todo lo que existe está en vías de transformación, esta obra explora nuestro potencial espiritual, psíquico, erótico y evolutivo con énfasis en la necesidad de reinventar el amor. Nos comunica vivencias para existir sin lastres, indagar la consciencia profética, explorar los recursos del Tantra y entregarse a todo lo que hay de sagrado en la existencia personal y universal. Manifiesta que "el amor se amasa como el pan, es una amalgama cuyo resultado final resulta imprevisible. Transforma a quienes aman y transforma también a quienes son testigos de tal cúspide artesanal. Amar y ser amados, esa es nuestra misión en la Tierra. No nacimos para sojuzgar pueblos, ni para acopiar fortunas. Llegamos desnudos y partimos desnudos. La eternidad es un congreso de amantes empedernidos." Este libro es para todos los que anhelan convertir su vida –progresivamente– en una celebración colmada de significado y de gozo infinito.

Acerca del autor: Miguel Grinberg, uno de los más lúcidos y comprometidos exploradores del impulso evolutivo de la especie humana durante el siglo XX, publicó revistas legendarias (como Mutantia), fundó redes ecológicas locales e internacionales, desarrolló el concepto de Multiversidad, creó una dinámica meditativa llamada Holodinamia, y mediante traducciones, ediciones y obra personal concretó alrededor de cuarenta libros donde ha desplegado su sensibilidad poética, visionaria y espiritual. En la actualidad dirige la Colección Biogramas de la editorial Capital Intelectual y realiza programas de rock por Radio Nacional de Buenos Aires.