11 marzo 2007

MUTANTES DE LA TELEVISION


“Todo lo que se les exigía era un primitivo patriotismo, al que se pudiese apelar cuando fuera necesario para obligarles a aceptar más horas de trabajo o raciones más pequeñas. Y cuando surgía el descontento, como a veces sucedía, ese descontento no les llevaba a ninguna parte, porque desnudos de ideas generales, solo podían centrarse en pequeños agravios particulares. Los grandes males escapaban invariablemente a su percepción”.
1984, novela de George Orwell.



Se han efectuado muchos estudios que sugieren que la televisión incrementa la violencia y la tribalización, reduce el campo de atención y disminuye el rendimiento escolar entre los televidentes compulsivos. Pero esa no es mi preocupación aquí. Lo que me preocupa es que ver la televisión, en lugar de leer, tiende a degradar las mentes de los televidentes compulsivos, hasta el punto que no pueden pensar en abstracciones tales como “causa y efecto”. En otras palabras, los 100.000 millones de dólares que se gastan en anuncios cada año, han evaporado el pensamiento abstracto de sus mentes.

Hoy, con una imagen por resonancia magnética funcional (IRMF o FMRI de Functional Magnetic Resonance Imaging, en inglés) y con la tomografía por emisión de positrones (TEP o PET, de Positron Emission Tomography, en inglés), los investigadores pueden “ver” los cerebros en el mismo acto de pensar, sentir o recordar. Los muestreos indican que el flujo de sangre varía, dependiendo del tipo de actividad en el que está ocupado el cerebro. En otras palabras, un niño que crece con una dieta televisiva intensa, tiene el cerebro físicamente alterado. Una vez que alcanza la edad adulta, es todavía posible mejorar su función cerebral, pero ello requiere mucho más esfuerzo. Resulta innecesario decir que sería inocente esperar que los mutantes de la televisión se dieran cuanta de ello en algún momento.

En “Divirtiéndonos hasta la muerte” (en inglés, “Amusing ourselves to death”), Neil Postman proporciona un brillante análisis de nuestra sociedad de mutantes de la televisión:
“Estuvimos atentos en 1984. Cuando llegó ese año y no se cumplió la profecía, algunos pensadores norteamericanos lanzaron las campanas al vuelo, orgullosos de sí mismos. Las raíces de la democracia liberal se mantenían. Si en cualquier otro lugar el terror había llegado, nosotros, al menos, no habíamos sido visitados por las pesadillas orwellianas.


Pero nos habíamos olvidado que junto con la oscura visión de Orwell, había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente aterradora: “Un mundo feliz” (en inglés, “Brave New World”), de Aldous Huxley, que no profetizaba lo mismo. Contrariamente a la creencia generalizada, incluso entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaban sobre la misma cosa. Orwell advierte que seremos dominados por una opresión impuesta externamente. Pero en la visión de Huxley, no hace falta un Gran Hermano para privar a la gente de su autonomía, madurez e historia. Tal y como lo vio, la gente llegará a desear esta opresión, para adorar las tecnologías que borrarán su capacidad de pensar.


A quienes Orwell temía era a aquellos que pudiesen prohibir los libros. Lo que Huxley temía era que no hubiese necesidad de prohibir un libro, sino que se llegase al extremo de que nadie desease leerlo. Orwell temía a los que nos podían privar de la información. Huxley temía a aquellos que nos pudiesen dar tanta, que nos redujeran a la pasividad y al egoísmo. Orwell temía que se nos pudiese encubrir la verdad.

Huxley temía que la verdad pudiera ser ahogada en un mar de irrelevancia. Orwell temía que llegásemos a tener una cultura cautiva. Huxley temía que llegásemos a tener una cultura trivial, preocupada apenas por algo parecido al sentimentalismo, a los placeres banales y al pavoneo. Como Huxley subrayaba en una nueva visión de un mundo feliz, los libertarios civiles y los racionalistas, que siempre están alertas para oponerse a la tiranía “olvidaron tener en cuenta la apetencia humana, casi infinita, de distracciones”. En Un mundo feliz, se los controla infligiéndoles placer. En resumen, Orwell temía que lo que odiamos nos pudiese arruinar. Huxley temía que lo que amamos terminase arruinándonos.

Este libro es sobre la posibilidad de que Huxley tuviese razón y no Orwell. (p.p. vii-viii)


Desde Erasmo en el siglo XVI, a Elizabeth Eisenstein en el XIX, casi cualquier estudiante que ha tratado de comprender la pregunta de cómo la lectura influye en los hábitos mentales, ha llegado a la conclusión de que el proceso fomenta la racionalidad, que el carácter proposicional y secuencial de la palabra escrita fomenta lo que Walter Ong denomina la “gestión analítica del conocimiento”. Captar la palabra escrita significa seguir una línea de pensamiento que requiere notables capacidades de clasificación, deducción y razonamiento. Significa descubrir mentiras, confusiones y generalizaciones, detectar transgresiones de la lógica y del sentido común. También significa sopesar ideas, comparar y contrastar aseveraciones, conectar una generalización con otra. Para llegar a este estado, se debe tener una cierta distancia de las palabras mismas, lo que el texto aislado e impersonal favorece. Por esto es por lo que un buen lector no aclama y acepta una frase o se detiene para aplaudir a un párrafo inspirado. El pensamiento analítico está muy ocupado y demasiado distanciado para eso. (p.51).


Trataré de demostrar con un ejemplo concreto que la forma de conocimiento que da la televisión es irremisiblemente hostil a la forma tipográfica del conocimiento; que las conversaciones de la televisión promueven la incoherencia y la trivialidad; que la frase “televisión seria” es una contradicción en sí misma (contradictio in termini) y que la televisión habla con la sola voz persistente del entretenimiento. Más allá de esto, trataré de demostrar que para tener una voz en la gran televisión, una institución norteamericana tras otra, se va plegando a hablar en sus términos. La televisión, en otras palabras, está transformando nuestra cultura en un gran circo para el negocio del entretenimiento. Es totalmente posible, desde luego, que al final lo encontremos estupendo y decidamos que nos gusta tal como es. A eso exactamente, es a lo que Aldous Huxley le tenía miedo hace ya cincuenta años. (p.80)

Neil Postman, Amusing ourselves to death. Penguin, 1985. ISBN 0-14-009438


¿Daña la televisión el desarrollo cerebral de los niños?

Con el sospechoso montaje de que la visión de la televisión produce pasividad y desórdenes de la atención entre los más pequeños, los científicos del cerebro e investigadores de la comunicación, se reunieron el 2 de octubre en Washington D.C. para analizar estos temas y planificar los futuros esfuerzos investigadores.


La psicóloga Jane Healy, autora de “Mentes en peligro. ¿Por qué los niños no piensan y qué podemos hacer al respecto?”, abrió la conferencia mencionando “una epidemia de desórdenes de falta de atención” y “menguantes capacidades de pensamiento elevado”, como evidencia de que ver mucho la televisión puede dañar a los niños.


Healy dijo que fue reconfortante asistir a una conferencia en la cual las escuelas nacionales y sus profesores no eran acusados de la debilidad académica de sus alumnos. “Los profesores no son tan malos en su trabajo y las escuelas no son tan diferentes. Creo que esta disminución de las habilidades no es responsabilidad de los profesores”.

Healy contribuyó a planificar la conferencia titulada “La televisión y la preparación de la mente para el aprendizaje: Los aspectos críticos de los efectos de la televisión en el desarrollo cerebral de los jóvenes”.

La conferencia estaba patrocinada por la División de Niños y Familias del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE.UU.
Jane Holmes Bernstein, una investigadora del Hospital Infantil de Boston, añadió que el 20% de los estudiantes de la nación sufren de “desórdenes de aprendizaje y pensamiento”... que obligan a dedicar más del 20% de los presupuestos escolares a programas de recuperación.

Esta especialista en neuropsicología hizo notar la dificultad de estudiar cómo afecta la televisión a los sistemas complejos, tales como el desarrollo rápido del cerebro en su interacción con el entorno. “La televisión se enmarca en una matriz sociocultural. Puede estar solamente llenando un vacío. “Otros factores culturales pueden estar limitando la conversación, produciendo así una disminución de las habilidades lingüísticas”, dijo Bernstein.

La investigación más sorprendente que se presentó fue un conjunto de experimentos sobre los cerebros en desarrollo de ratas jóvenes, que presentó la especialista cerebral Marian Cleeves Diamond, de U. C. Berkeley. Ella y otros colegas compararon el crecimiento del tejido cerebral de crías de ratas en ambientes “enriquecidos” y “empobrecidos”.

Las crías de los ambientes “enriquecidos” –grandes jaulas multifamiliares, con variedad de juguetes–, experimentaron un crecimiento cerebral significativamente superior al de las crías en jaulas pequeñas, unifamiliares, con pocos estímulos.


El crecimiento de tejido cerebral incluía los vasos sanguíneos, células nerviosas, ramificaciones dentríticas, las uniones sinápticas y el grosor de la corteza cerebral.
Diamond descubrió que si se permitía a las crías privadas de estímulos observar pasivamente la actividad de las celdas más estimuladas, no se experimentaba mejora en el desarrollo cerebral.

“La simple observación no es suficiente para provocar cambios” en el crecimiento cerebral. “Los animales deben tener interacción física con el entorno”, concluyó.
El psicólogo Daniel Anderson, advirtió contra las conclusiones que se habían obtenido de las investigaciones con crías de ratas (que la observación continuada de televisión retarda el crecimiento cerebral en los niños). El investigador de la Universidad de Massachussets sugirió que ver la televisión puede ser algo más interactivo que pasivo.

Incluso sugirió que la capacidad para atender a otras tareas –tales como las tareas escolares que los niños llevan a casa– mientras se ve la TV o se escucha la radio puede mejorar la capacidad para concentrarse de los niños, ya que el estímulo extra provoca un estado de excitación mayor.

Aunque la mayoría de los participantes en la conferencia pareció ver una dañina influencia de la TV en los niños como algo evidente, Anderson fue uno de los pocos inconformistas que buscó proporcionar argumentos en pro de los beneficios de la televisión.


Jennings Bryant de la Universidad de Alabama, que tampoco quedó conforme, atacó las críticas que se hicieron a la serie infantil “Plaza Sésamo” quejándose de que el programa tenía un ritmo relativamente rápido que confrontaba con las necesidades del desarrollo de los más pequeños.

Jennings dijo que un reciente estudio comparando el ritmo de edición y/o la duración de los planos de los programas de televisión, encontró que los programas de máxima audiencia, tales como “Entrenador” (Coach) tenía un promedio de entre seis y siete segundos por plano, mientras que Plaza Sésamo tenía diez.

La MTV, en contraste, tenía un promedio de menos de tres segundos por plano. Aunque Bryant fue capaz de demostrar el ritmo más moderado de Plaza Sésamo en comparación con los programas de máxima audiencia, algunos participantes pensaron que la comparación pasaba por alto la cuestión.

“Es un penoso comentario sobre los niños de la TV decir que un plano de 10 segundos se considera largo” dijo Jane Healy, a continuación de la réplica de Bryant.
Bryant es un antiguo asesor del Children´s Television Workshop (Taller de Televisión para Niños), productor de Plaza Sésamo.

El psicólogo de la Universidad de Yale, Jerome Singer dijo que la visión excesiva de televisión era “un claro peligro para los niños”.

Él, su esposa y una compañera de investigación, Dorothy, han relacionado la visión en grandes cantidades de televisión con la puntuación en la comprensión de la lectura de los niños.

Hallaron que los niños que veían más televisión con una escasa supervisión de los padres obtenían menores puntuaciones de lectura. Por el contrario, los niños que veían menos televisión con una mayor involucración de los padres obtenían las puntuaciones más altas.

“El factor crucial es la mediación los padres en el tiempo de televisión que ven sus hijos”, dijo Singer. Los padres que actúan como mediadores mediante la “discusión” en vez de la “prescripción” (“eso no está bien”) fueron más efectivos, dijo. Singer aconsejó “dosis limitadas de televisión con una muy cuidada vigilancia por parte de los padres de qué ven los niños”.

El psicólogo Sidney Segalowitz de la universidad Brock de Canadá dijo que el crecimiento del poder visual y auditivo amenaza “la capacidad de los niños para controlar sus propios procesos de atención.

Una función de un cerebro adulto y autodefensivo denominada el “reflejo de orientación” asegura que estamos genéticamente atraídos por la novedad”.
Segalowitz abogó investigar para determinar “cómo de generalizado está el fallo para darnos cuenta de que nuestra atención ha sido capturada”.

También especuló que la visión en grandes dosis de televisión en los niños impide el “auto control”, una respuesta psicológica que ayuda al desarrollo en el niño a aprender cómo comportarse en varias situaciones sociales. “No se requiere auto control cuando se está viendo la televisión”, dijo Segalowitz.

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